sábado, 21 de noviembre de 2009

pecera roja



La pecera

El niño que lloraba acorralado y atrincherado bajo su cama mirando por la brecha entre las sabanas y el piso las sombras que caminaban, que luchaban, que gritaban. Esa noche soñó con peces en una pecera gigantesca. Eran peces diminutos, cientos, no, miles de ellos que destrozaban y engullían todo lo que caía en el interior del recipiente, ahí cayó su perrito de peluche, el no había podido salvarlo y el agua del estanque se tiño de rojo. Entre sudor frió abrió los ojos, al despertar la realidad no era mucho mejor que el cuadro en su pesadilla, los mismos gritos de siempre, insultos, jadeos y llantos. El intentaba sellar sus oídos con las manos pero no conseguía acallarlos, quería pensar en otra cosa, intentaba ser fuerte como le había dicho su profesora en la escuela. Entonces los gritos se hicieron más pujantes, una lucha se sentía en la casa, se oyó el crujido de madera y vidrios rompiéndose, una tinca de desgracia recorrió la espalda del niño que sentía mucho miedo, un temor que se precipitaba en su pequeño y acelerado corazón. Luego golpes secos y quejidos, lamentos intermitentes que se perdían en el vació de un silencio repentino. El pequeño no sabia si salir o quedarse, era otra víctima en esa guerra siniestra. Finalmente entre las dudas y el miedo, se armó de valor y salió de su habitación para saber que ocurrió, llevaba puesta la pijama azul que días atrás su madre le regaló, agarró a su perrito de peluche y lo abrazo contra su pecho como que sintiéndose mas seguro y protegido con el. Bajó con sus pequeños pies descalzos los escalones de las gradas que daban hacia la cocina de su casa, al llegar a esta se asomó por el borde de la pared, entonces se encontró con aquella escena, sentado con las manos llenas de sangre sobre su cabeza junto a un cuchillo estaba aquel hombre y a unos metros de distancia derramada sobre el piso toda llena de golpes y sangre estaba su madre que daba sus últimos respiros mientras su mirada se nublaba y se caía en la oscuridad, en esa eterna penumbra, un ultimo atisbo de luz se perdía y sus ojos en el momento antes de cerrarse para siempre se estacionaron estáticos en la figura de su pequeño niño que la miraba perplejo.

Su cuerpo se quedo en un caos interno, en un marasmo con un nudo en la garganta, indefenso sin poder reaccionar, sin poder moverse, el niño ahí de pies mirando a su madre muerta, entonces el asesino lo noto ahí mirando asustado, se levantó y fue hacia el gritándole que se fuera, el chiquillo no atinaba a hacer nada, era como si el silencio se hubiese apoderado de el, un tenebroso silencio, ¡Vete a tu habitación! Gritaba el hombre, el niño entumecido por el miedo apenas pudo levantar a su perrito que había soltado cuando encontró a su madre en el piso, lo levantaba y sentía que las lágrimas se apoderaban de sus ojos, el hombre histérico le arrebato el peluche de un golpe ¡Deja eso y vete de aquí! Miraba el niño a su perrito manchado de rojo sobre el suelo tan cerca de su madre muerta ¡Que te vayas o te pego a ti también!...

De ese fatídico momento aquel niño ya no recuerda nada más, tenia 6 años el día de los sucesos, al despertar después de esa noche estaba en otro sitio, oficiales de policía y una mujer de blanco le hablaban y lo protegían, jamás volvió a ver a sus padres. Hoy luego de 26 años aquellos momentos fatales aun lo persiguen entre sueños. Paso años yendo de un lugar a otro, teniendo una familia y luego otra, sin encontrar su sitio en la vida, abandonado. Por fortuna encontró una pareja que lo adoptó a la edad de diez años y pudieron resarcir en algo todo su sufrimiento. Estudió y se convirtió en el oficial de policía Carlos Guillén amado por su nueva familia y querido por amigos y conocidos, pocos sabían acerca de su terrible pasado, hasta la tarde en que entro al quiosco de doña Peto, agarro un refrigerio pues debía patrullar la zona durante todo el día, se acercó a la caja registradora para pagar y delante de el estaba un hombre con gorra, mas o menos de su estatura, cuando lo escucho decir gracias sintió que su corazón se derretía dentro de su tórax y un escalofrió se apoderaba de su erizada piel, luego el hombre giro con una bolsa en las manos y miro a Carlos de frente, tenia una barba espesa y de inmediato le alejo sus ojos, saliendo por la puerta corrediza de vidrio. ¡Hola Carlos! ¿Cómo te va?, ¿En qué puedo ayudarte? La voz de doña Peto llegaba lentamente hasta donde Carlos, ¿Quién era ese hombre? Pregunto, no lo se al parecer un forastero, no creo haberlo visto antes fue la respuesta de la tendera, Carlos dejó su compra sin comprar arrojada sobre el piso de la tienda y salio entre nervioso y ansioso. El hombre no estaba. Subió a la patrulla y empezó a circular por la calle hasta que lo pudo encontrar caminando sobre una acera a la vuelta de la manzana, detuvo violentamente el auto y arrinconó al hombre, ¡quieto ahí!
¿Qué ocurre? yo no e hecho nada decía el impresionado sujeto, dime tu nombre exigía Carlos, ¡¿Quién eres, maldición?! El tipo no hablaba solo lo miraba con una cara atónita y estupefacta, entonces Carlos lo agarró bruscamente y lo metió en la cajuela del carro. Condujo hasta las afueras del pueblo sobre un sendero oculto entre el bosque, bajó del auto empuñando su pistola, abrió la cajuela que retenía al hombre de barba, lo sacó y lo condujo hasta la orilla de un peñasco. Los ojos de Carlos se habían llenado de lágrimas y respiraba apuradamente, ¡Eres tu desgraciado! Carlos miraba a aquel sometido hombre y miraba a la vez a su madre muerta derramada en el piso de la cocina, a su perrito de peluche junto a ella y al asesino que le gritaba, ese asesino que en ese momento delante de el años después, en aquel solitario bosque simplemente observaba cabizbajo, de repente de su boca salieron melancólicas palabras. Estaba esperando que este momento llegara hijo, no servirá de nada decir perdóname, solo has lo que tengas que hacer… Un estruendo asusto a las aves que se apartaron volando de los árboles, olor a pólvora tras la bala que proyectada hacia la cabeza del hombre lo redujo a un cuerpo sin vida. Carlos de rodillas con el arma caliente junto a el lloraba, luego arrojo el cuerpo por el barranco.

La noche antes de encontrar a su padre Carlos había soñado con una pecera enorme llena de miles de diminutos peces que destrozaban y engullían todo lo que caía dentro de su estanque, entonces Carlos se arrojaba el mismo al recipiente, los peces frenéticos le mordían y arrancaban la piel mientras el agua se teñía de sangre.



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