jueves, 21 de enero de 2010

21


21

¡Silencio! Crudo silencio que se agolpa en mi cerebro
¡Vino! ¡Bébeme vino!
Invita a que pasen los monstruos
Que trasciendan entre el humo

Acróbatas del tiempo, seres espantosos
Se ríen, se mofan
Saltan entre mis dedos
Succionan libertad desde el fuego

Los ruidos de la noche
La bruma del derroche
Me acompañan en las atroces calles
A través de laberintos acres
Donde habitan esas miradas gélidas
Esas sonrisas vacías

Me entrego entre sus manos
Me condeno en sus brazos
Entre las grietas de la cordura
Y la dulce luz de la locura

martes, 19 de enero de 2010

la gota de lluvia


La gota de lluvia
La gota de lluvia tras la ventana
La taza con café caliente sobre la mesa
Y mi última rutina eterna
Esta soledad descalza
Que me acompaña mientras la luz despierta

Tras la barra y las botellas empolvadas
Con las ilusiones olvidadas
De viejas guerras obsoletas
Que murieron en la nada
Pasajeras de una memoria fusilada

Soy un instante en el círculo infinito
Que se derrama por tu mejilla empapada
Gota de lluvia solitaria, abandonada
Caricia en el viento desperdigada

Tras la ventana las nubes pasan
Mensajes de la nada
Sangra el corazón de escarcha
En la chimenea arden las brasas

En mi mente arden los recuerdos
Mientras el tiempo me desgasta
En la jaula, en la redoma de los muertos
Los segundos, cuervos lacayos me arrastran
Gota de lluvia olvidada
Reptas por mi ventana
Serpenteando entre las llamas
Te veo partir cuando llega la mañana…

sacame de aqui


Sácame de aquí
Sácame de ti, sácame de mí
Llévame lejos de aquí
Déjame allí
Rasga los atavíos
Del tiempo y del hastío

Llévame de aquí
Hormiguero de concreto
Quiero ya salir
Vuela con el viento
Sácame de mí

Colmena de mentiras
En el avispero de rodillas
Quiero ya salir
Llévame de aquí
Sácame de ti

Rumbo incierto el nuestro
Siempre te voy a seguir
Se hace mar el espejo
Desde el agua he de surgir

Sácame de aquí, sácame de mí
Vuela con el viento
Sonrisas, cuchillos de marfil
Llévate mi cuerpo
Sácame de aquí
Dame de tu aliento
Sácanos de aquí
Llévame de ti

Se hace rojo el cielo
Se hace estruendo el miedo
En la cima de tus dedos
Nuestros ojos viejos
Miran a lo lejos
Sácame de aquí

cuento de la sombra


Cuento de la sombra

Sombras de la tarde emanan
Viaja a toda prisa el viento
Las hojas se elevan mientras bailan
Gotas desde nubes lejanas estan cayendo
Las flores intactas, hermosas, descansan
Veo a una sombra huyendo
Mientras varias aves cantan
Quizá a esa sombra la persiga un recuerdo

Esta en los ojos de la noche brotando una lágrima
Pronto se transforma en aguacero
Adiós, le dice el sol a la tierra con calma
En tanto aparecen hadas de cuento
Se mojan y danzan sobre la pradera inquieta
Cerca ruge un rio despierto
Lo acaricia una fragancia de menta
Y sueñan los sauces en movimiento

Es otro mundo, casi como otro planeta
Ahí los segundos pasan más lento
Suena y se esconde la vida entre las ramas
De a poco, calla el rio se vuelve macilento
Ya no lo acompañan desde arriba las gotas
Aquella sombra sale por un agujero
Ahora tiene más forma y fulgor como de estrellas
Encuentra al calor del día, tan inmenso

El llano se asemeja a un rompecabezas
Por ahí el tiempo se hace etéreo
Las sombras, y seres diversos, son como piezas
En ese cuadro inmenso, tan grande como el cielo
Esta la sombra sentada entre las piedras
Descansa con el alba, mientras el sol le regala un beso
Destellos despiertan en la tierra las hierbas
Es otro momento incierto, es un nuevo comienzo

domingo, 17 de enero de 2010

rojo amor, roja muerte

Rojo amor, roja muerte

A Usted a quien tantas veces llame, Usted a quien antes implore que venga, le pido hoy que se marche, ¡que me deje en paz! Déjeme aquí, necesito estar aquí. Ahora no me puedo ir, antes mordía los días infames laberintos de soledad rogando que usted llegara, rodaban por mis mejillas lágrimas desesperadas, desolado en la oscura redoma del olvido esperaba que Usted llegara y me llevara consigo, pero ya no, hoy no. Debo quedarme aquí, debo seguir respirando debo seguir caminando, mis manos deben poder seguir acariciando, porque ya tengo razón para salir de la jaula, mi búsqueda, mi espera eterna la encontró a ella, verla sonreír es una hermosa razón para vivir. Así que váyase le pido, vuelva por donde ha venido.
Los ojos del enorme hombre vestido de blanco, esos ojos negros como oscuros abismos se engarzaban en el debilitado Juan que jadeaba , que sudaba y sostenía con las manos su pecho que por dentro se destrozaba. Una punzada más fuerte que la anterior, y la siguiente más que las otras dos, y así como clavos hundidos en su interior los dolores de la enfermedad masticaban la vida de Juan.
¿Dónde estará? Nunca demora tanto… Anabel acudió a la cita llevando puesta aquella blusa roja que tanto le gustaba a él, labios carmesí, piel canela, cabello y ojos brunos y apasionados, enamorada ella esperaba a su clandestino amante, a su Juan querido. Ese día escaparían, se apartarían de todo y de todos para ser felices, para ser libres.
Las ocho de la noche, el tren partiría en media hora y Juan no llegaba, ¡que ocurre! ¿Dónde está mi amado? La inquietud y los nervios rondaban como bichos burlones alrededor de Anabel.
Debo llegar al teléfono pensaba Juan. El estridente fantasma de la agonía lo torturaba, le retorcía el corazón, pero él no podía rendirse, no debía. Un zumbido enloquecedor se paseaba en sus oídos, cada paso que daba era como un pesado y lento suplicio, la mirada borrosa y mareada buscaba la mesa junto al sofá de cuero café. Ya casi llegaba hasta el, un poco más, debes luchar se decía. Días atrás todo parecía marchar de maravilla, junto a Anabel había recuperado el brillo que la angustia y la soledad le quitaron, se sentía sano, pleno, lleno de vida, una vida que sería siempre para ella. Se olvido de todo, quería pensar que no había de que preocuparse, aquella sentencia de su médico la oculto entre los anaqueles de su memoria, dejo todo, no quería pastillas ni tratamientos que le arrancaban sufrimientos de sangre. Con ella nada podría vencerle, su amor era la cura que el necesitaba, ninguna otra, solo ella.
Ocho y media el tren se iba sin ellos, una tinca recorría su espalda, una tinca con uñas venenosas. Por qué no llego, que pudo haberle sucedido, el jamás fallaría, su amado no se arrepentiría. Anabel salió de la estación a toda prisa, debía ir hasta su casa, debía encontrarlo, saber qué le había ocurrido, debía besarlo, abrazarlo y llevarlo consigo. Paró un taxi en la calle, subió su cuerpo extraviado allí, sus pensamientos, su mente, su amor con él, ella estaba con él.
Y Juan la sentía, sabía que en cualquier momento llegaría su preciosa Anabel. Así que no debía dejarse vencer. Tras él estaba el enorme hombre vestido de blanco lo acechaba con su gélida mirada, no parpadeaba, lo devoraba en silencio, Juan no reparaba en el, en ese momento su presencia no le importaba. Marcaria el número de emergencia, ellos llegarían a socorrerlo, todo saldría bien, en unos días ya estaría mejor, el viaje añorado con Anabel solo se retrasaría un poco, nada mas… esos eran los pensamientos de un Juan que entre sordos y desgarradores golpes internos estaba ya sobre el teléfono , con una mano apoyada al sofá y la otra en dirección a la bocina a punto de levantarla, de repente intempestivamente la huesuda, larguísima y pálida mano del hombre detenía el impulso de Juan que apresado en su garra se sacudía intentando liberarse, la furia de Juan que se mesclaba con sus lamentos no le servía de nada , el hombre no lo soltaba y lo miraba con su mirada de hielo , Juan levantaba la otra mano desde el sofá en un patético intento de embestir al hombre que lo agarraba con fuerza. Juan se iba desplomando lentamente sobre el piso con el aliento acuchillado, ya casi no había dolor, solo oscuridad.
Anabel entro al departamento de Juan para encontrar a su amado derramado en el piso. Le gritaba, lo sacudía le imploraba que despierte entre lagrimas atormentadas, pero era inútil, Juan yacía muerto. Anabel abandonada no podía hacer nada, agachaba su cabeza y sus lágrimas sobre el pecho de su amado, al levantar la vista el hombre de blanco estaba ahí mirándola. ¡Llévame a mí también! Gritaba y suplicaba ante el impávido hombre. Sollozando agarro un cenicero de vidrio sobre la mesa junto al sofá y lo rompió contra el piso, sujeto con firmeza uno de los pedazos sobre sus venas y lentamente iba rasgando su piel. Luego se acostó junto a Juan susurrando… ¡vete déjanos solos! Mientras se iba desangrando e hilos de sangre envolvían a la pareja en un círculo infinito por donde se escaparon.